Convertida ya en un clásico, la banda hizo gala de una envidiable entrega y regaló un vigoroso concierto de tres horas ante un estadio colmado. La presencia escénica de Axl Rose y el perfecto estado musical del guitarrista Slash se llevaron todas las miradas.
Con mucha actitud, un gran oficio y un rock sin concesiones, Guns N´ Roses se burló el viernes del paso del tiempo al regalar un vigoroso concierto de tres horas ante un colmado estadio de River Plate, en una nueva visita al país, a 30 años de su histórico y controversial primer desembarco.
Convertida ya en un clásico, la banda hizo gala de una envidiable entrega y, a contrapelo de los tiempos que corren, se despachó con un extenso show de tracción a sangre, en el que abundaron los solos de guitarras, los sonidos de wah-wah, y las macizas bases rítmicas.
En ese contexto, la presencia escénica de Axl Rose y el perfecto estado musical del guitarrista Slash se llevaron todas las miradas; mientras que el contundente repertorio agregó el ingrediente faltante para que sea la noche soñada por los fans, aunque también por cualquier amante del rock.
Por supuesto que el icónico cantante ya no usa bandanas, no corre por todo el escenario y no alcanza sus famosos agudos, pero logra suplir todo eso con un gran oficio, y más allá de tener que recurrir a un registro más bajo, logra que las canciones, de todos modos, mantengan su carácter.
Más sencilla parecieran las cosas para Slash, quien mantiene su toque intacto y hasta se da el lujo de conservar el look, con su galera y la cabellera rulosa cubriendo parte de su rostro. También hay que decir que a veces se excede en los solos y muchas veces terminan siendo un despliegue de yeites sin un rumbo musical claro, pero son las cartas con las que se juegan cuando una banda apuesta al vivo sin red.
Tan fundamental, aunque con perfil más discreto, resulta el bajo de Duff McKagan –el restante miembro histórico en la actual formación-, que no se privó de lanzar riff distorsionados, al tiempo que conformaba una muralla sonora con el enorme baterista Frank Ferrer.
No se queda atrás la guitarra de Richard Fortus, quien pareciera ser un Guns N´ Roses de toda la vida –tal como ocurre con Ron Wood en Los Rolling Stones-, que ocupó el centro en varios pasajes a partir de sus cruces de solos con Slash. Más al servicio de cubrir espacios sonoros se mostraron el pianista Dizzy Reed –otro miembro sobreviviente de los tiempos de gloria- y la tecladista Melissa Reese.
Hubo que esperar cinco años desde su última presentación en Argentina y poco más de dos desde su frustrada participación en Lollapalooza Argentina 2020 suspendido por la pandemia de coronavirus, para que el grupo californiano regresara a refrescar la memoria de lo excitante que puede ser su música y sus shows.
En ese sentido, fueron 29 temas con apenas unas pocas baladas para tomar aire, aunque claro que siempre con las guitarras estridentes y las monolíticas bases poniendo el sello del grupo.
La espera terminó a las 21 en punto cuando las pantallas ubicadas al fondo y a los costados del escenario mostraron una animación en la que un robot exploraba una suerte de antiquísimo templo hasta que una enorme bola con el logo del grupo comenzó a perseguirlo hasta aplastarlo.
Acto seguido, el grupo irrumpió con «It´s So Easy» y «Mr. Browstone», de su disco «Appetite for Destruction», a lo que siguió «Chinese Democracy», toda una prueba de que la recorrida, si bien iba a hacer base en los álbumes históricos, no dejaría de lado el material menos popular, y también más cuestionado. Por caso, de la producción de 2008 que llevaba el título de la última canción mencionada también interpretaron «Sorry» y «Better»-.
Axl Rose se despachó con un extenso show de tracción a sangre.
En ese primer tramo, el sonido todavía no estaba del todo ajustado y la banda parecía no haber entrado del todo en calor, pero a medida que fueron avanzando los temas, las cosas se acomodaron y el show tomó un voltaje que ya no pudo bajar.
Como una prueba de que el tiempo había pasado y ya no está en su mente el mostrarse alocado, Axl Rose se tomó un respiro para pedir al público, traductor mediante, que diera un paso para atrás para evitar aplastar a los que estaban más cerca del escenario. «No queremos que nadie se haga daño. Queremos que todos pasen un buen momento», dijo.
Superado eso, comenzaron a aparecer los éxitos con «Welcome to the Jungle», «Live and Let Die», «Double Talkin´ Jive», «You Could Be Mine» y «Rocket Queen», entre tantos. Por su parte, el bajista tomó el micrófono para el cover de Misfits «Attitude» y «Civil War» regaló un instante épico.
Para cuando se estaba por ingresar en el último tramo del show, el grupo que nunca hizo concesiones en su música al cruzarla con distintos géneros y no sacó la cabeza más allá del rock duro y sus vertientes ya había confirmado que, a pesar de algunos matices, el espíritu artístico que tenía la banda en su primera visita de 1992 estaba intacto.
Sin embargo, aún se había reservado algunos platos fuertes. «Sweet Child of Mine», «November Rain» con Axl en el piano, «Knocking on Heaven´s Door» y «Nightrain», además de la acústica «Wichita Lineman», cerraron dos horas y media de aplastante show.
Aunque aún quedaría por delante media hora de bises, las cuales transcurrieron entre la excelsa visita al tema «Coma»; la invitación al arrumaco con «Patience» y su hermosa introducción a partir del «Blackbird» de Los Beatles, con arreglos para dos guitarras y un golpe de bombo; «Don´t Cry» como para seguir con los lentos; el homenaje a Los Who, sus compañeros en la última visita de 2017, con «The Seeker»; y el final a toda orquesta con «Paradise City».
Pasaron 30 años, ya no son los «forajidos» que hicieron creer a algunos y cambiaron bastantes las modas, pero Guns N´ Roses capitalizó ese tiempo y mostró que el rock es una cuestión de actitud. También mostró que el rock es el rock y no podrá ser desplazado así nomás, por más que algunas nuevas tendencias afirmen venir a ocupar ese lugar.